For last year's words belong to last year's language
And next year's words await another voice.
T.S. Eliot, Four Quartets
La inevitable muerte presagia a la magia. Así nos repetía incesantemente el maestro Darío Dracma durante las largas horas de estudio. No fue hasta su muerte el año pasado que entendí el significado de sus palabras.
Todo adivino con alguna competencia profesional sabe que para abrir las puertas del misterio es necesario pronunciar la incantación correcta, en el momento oportuno. Esto requiere, no solo estudios y perseverancia, sino tener el oído en tierra, atento a los resquemores que anticipan la ruptura del tiempo.
Contrario a lo que algunos cuentos han popularizado, los sortilegios no tienen porque hacerse en latín o en algún lenguaje extinto. Las palabras en nuestro lenguaje ordinario son igualmente capaces de invocar lo imposible. Lo hacemos todos los días sin percatarnos. Es, sobre todo, una cuestión de adecuacidad.
Cada palabra guarda dentro de sí en mayor o menor grado la memoria de su origen. En algunas, esa memoria es más evidente, accesible meramente con pronunciar la palabra, como el tetragrámaton. Estas son palabras talismánicas que su mero pronunciamiento sacuden los huesos. Su uso indiscriminado a lo largo de la historia lamentablemente se ha encargado de diluirlas. El silencio que las protegía de sí mismas ha ido cayendo en desuso. Hoy, la aproximación a la historia está viciada por su propio desenlace. No hemos aprendido a callar.
En otras, la memoria de su origen está sumergido en el sonido fonético que sus letras reproducen imperfectamente. El significado que coincide exactamente con su objeto es lo que la tradición califica con cierto cargo de conciencia como el lenguaje de las perfectas correspondencias. Nuestra expulsión del Paraíso supuso la pérdida de ese lenguaje angelical.
Desde entonces, toda palabra pronunciada es una copia imperfecta del mundo. Hablamos desde el exilio. Solo el sortilegio debidamente incantado es capaz de conjurar brevemente el principio, para acto seguido extinguirse en el humo de la culpa.
Del lobo un pelo.