Sight isolates, sound incorporates. Whereas sight situates the observer outside what he views, at a distance, sound pours into the hearer. Vision dissects, as Merleau-Ponty has observed (1961). Vision comes to a human being from one direction at a time: to look at a room or a landscape, I must move my eyes around from one part to another. When I hear, however, I gather sound simultaneously from every directions at once; I am at the center of my auditory world, which envelopes me, establishing me at a kind of core of sensation and existence... You can immerse yourself in hearing, in sound. There is no way to immerse yourself similarly in sight.
By contrast with vision, the dissecting sense, sound is thus a unifying sense. A typical visual ideal is clarity and distinctness, a taking apart. The auditory ideal, by contrast, is harmony, a putting together. Interiority and harmony are characteristics of human consciousness. The consciousness of each human person is totally interiorized, known to the person from the inside and inaccessible to any other person directly from the inside. Everyone who says 'I' means something different by it from what every other person means. What is 'I' to me is only 'you' to you...
In a primary oral culture, where the word has its existence only in sound... the phenomenology of sound enters deeply into human beings' feel for existence, as processed by the spoken word. For the way in which the word is experienced is always momentous in psychic life.
Walter J. Ong, Orality and Literacy: The Technologizing of the Word
Leer un texto en atención a un supuesto significado literal es un ejercicio imposible. Todo lector confronta el texto desde su irremediable subjetividad, que incide en mayor o menor grado en su entendimiento. La relación dialéctica – dicho esto en su sentido platónico – entre el lector y el texto es la condición sin qua non del significado mismo.
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Un texto huérfano de lectores es como una piedra abandonada a la orilla del camino.
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El hallazgo de la piedra de Rosetta en 1799 permitió que se descifrara el significado de los jeroglíficos del antiguo Egipto. Previo a su descubrimiento, ese significado durmió por cerca de dos mil años en las arenas de El-Rashid sin que fuera perturbado. La mal entendida literalidad – como principio hermenéutico - es la fosa del texto.
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La literalidad - que en realidad no pasa de ser un convencionalismo semántico - supone que el sentido del texto está ahí, plasmado objetivamente, independiente de su lector, y que las palabras guardan dentro de si su significado sin referente de clase alguno, suspendido en la eterna espera de su lectura. Esta aproximación cosifica el significado.
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En la antigüedad la lectura de los textos se hacía en voz alta. La voz daba vida al texto y lo liberaba del silencio infernal del signo. Su significado requería de la oralidad y no de la lectura embrujada del silencio interior. Hoy que hemos abandonando la memoria de la oralidad, la reclamada preeminencia de la literalidad es reflejo de un cargo de conciencia.
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Cada palabra depende de otras, ninguna es autosuficiente. Imposible captar el significado definitivo de las palabras. Para entender una palabra hay que recurrir a otras que la definan, y esas otras a otras, y así sucesivamente. Aún éstas que aquí escribo se buscan y rebuscan en el deseo de decir lo que queda. Toda definición es provisional. La literalidad - como todo método interpretativo - gira en torno a esa contingencia léxica.
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La literalidad es a-histórica.